Lejos (todavía) de los objetivos de I+D
España necesita un gran pacto de Estado por la innovación que asegure estabilidad más allá de las legislaturas
En la lejana cumbre europea de marzo de 2000, la Unión Europea se conjuró para convertirse en “la economía basada en conocimiento más dinámica y competitiva del mundo, capaz de sostener un crecimiento económico dotado de más y mejores empleos, y de mayor cohesión social”. Casi un cuarto de siglo después comprobamos que Europa no ha alcanzado sus objetivos estratégicos en cuanto a competitividad y cohesión. China nos adelanta por la derecha en industria y tecnología, y nos deja atrás también en capacidad científica. Según la revista Nature, China ya ha adelantado incluso a EEUU en investigación, superándola en su famoso Index Nature, que congrega las publicaciones de más alto nivel académico en ciencias naturales.
El mundo se parece poco a aquel de la cumbre de Lisboa. Surge una nueva globalización fragmentada, con bloques opuestos como en la guerra fría. Como diría Espronceda, Asia a un lado, al otro EEUU, y allá enfrente, una indecisa y difuminada Europa. Las grandes potencias rearman sus arsenales de I+D, conocedoras de que el nuevo orden global se va a dirimir en los sectores de alta tecnología. Quien disponga de las tecnologías, tendrá los mercados y los empleos. Las asimetrías en el control de las llamadas tecnologías habilitadoras (semiconductores, inteligencia artificial, nuevos materiales, supercomputación, biología sintética, computación cuántica…) van a determinar quién será próspero y quién no en las próximas décadas. Los modelos de negocio que se conforman en todos los sectores son cada vez más intensivos en tecnología. La resolución de problemas críticos, como las pandemias o las sequías se basará en respuestas tecnológicas.
España, particularmente, no ha hecho los deberes. La intensidad tecnológica de la economía española es hoy de 1,4% (inversión en I+D sobre PIB). La Agenda Europea 2020, surgida de la Cumbre de Lisboa, exigía el 3% en 2020. Nos planteamos hoy llegar al 2% (objetivo establecido para 2010) hacia 2027. Vamos muy tarde. Y pocos expertos creen que realmente vayamos a llegar, ni siquiera con la teórica lluvia de millones de los de Next Generation. Por cierto, ¿cuántos de ellos han llegado a proyectos de competitividad industrial? ¿Cuántos a pymes? ¿Cuántos han generado empleo en sectores de alta tecnología?
Si queremos garantizar la prosperidad de las generaciones futuras, además de ajustar nuestras variables macroeconómicas a los cánones de la UE, debemos estimular sin más demora nuestra inversión en I+D, especialmente la I+D conectada con la industria y la I+D que realiza la industria, como objetivo prioritario de la política económica. No olvidemos las palabras del premio Nobel Paul Romer: “el principal objetivo de toda política económica es crear un entorno que acelere el cambio tecnológico”. Ahora, en un mundo de hipercompetición y desbordamiento tecnológico, más que nunca.
Europa todavía tiene posibilidades de jugar a nivel global. Dinamarca (con el 3,08% de I+D/PIB), Finlandia (3,17%), Austria (2,99), Alemania (2,87%) o Suecia (3,16%) han cumplido o se acercan a los objetivos trazados en Lisboa. El norte germánico y escandinavo ha hecho los deberes. Pero existe una fractura de conocimiento que pasa por los Pirineos y los Alpes.
La inversión en I+D de la economía española fue, en 2021, de 17.249 millones de euros. Debería ser de 36.186 millones para cumplir los objetivos europeos y dotar a nuestra industria de la competitividad deseada. El déficit tecnológico español, pues, se puede cuantificar en 18.937 millones de euros de infrainversión anual en I+D. Algunos dirán que es una cifra inasumible. Realmente este diferencial es el que debería aportar la economía española en su conjunto. Los expertos en políticas de innovación saben que esa inversión en I+D se puede estimular con una proporción de 1:3 de fondos públicos: un euro público moviliza dos privados. Por tanto, estaríamos hablando de un paquete de medidas extraordinarias cuantificable en unos 6.312 millones de euros surgidas de los Presupuestos públicos. Con esa cantidad, bien dirigida a estimular la I+D en aquellas empresas con tecnología propia, y buenos equipos directivos (nuestros campeones ocultos), sobre el papel nos situaríamos al nivel de Alemania en I+D. Peanuts, que dirían en EEUU.
Nuestra I+D ha crecido un ridículo 0,02% anual desde 2000. A este ritmo, llegaríamos al 3% en 2080. 60 años más tarde de lo previsto. Necesitamos urgentemente liderazgo y presupuestos. Requerimos un gran Pacto de Estado por la Innovación que trascienda un programa de Gobierno y asegure la estabilidad más allá de una legislatura, sea cual sea el color del Gobierno.
Grupo de reflexión de AMETIC