¿Por qué no cambia el modelo productivo español?
Los problemas de España con la productividad tienen mucho que ver con la apuesta por el modelo de turismo seguido hasta ahora
A pesar de todos los síntomas de alarma, la economía española está atascada desde hace 15 años, sin que se tomen medidas para corregir esta situación. El PIB per cápita en España medido a precios constantes (eliminando en su cálculo el efecto de las variaciones de precios), en el año 2022 ha sido prácticamente el mismo que en el año 2007. De hecho, ha habido una ligera mejora del 0,8%, que en 15 años es irrelevante. Mientras, en el mismo período otros países han crecido significativamente: En Francia un 7%, en Holanda un 10,7%, en Alemania un 13,7%. ¿Qué hemos hecho mal en estos 15 años?
El PIB per cápita está estrechamente relacionado con la productividad del trabajo. Por lo tanto, el estancamiento del PIB per cápita refleja a su vez el estancamiento de la productividad real. Eso no quiere decir que la productividad de todas las empresas españolas esté estancada. De hecho, la productividad de las grandes empresas y de muchas empresas medianas españolas es comparable a la de empresas similares en la UE. La baja productividad se centra en empresas pequeñas, la mayoría de menos de 20 trabajadores. Y la particularidad española es que el peso relativo de estas empresas pequeñas en el tejido productivo es mucho mayor que en los países vecinos. Esta baja productividad no puede desligarse de nuestro modelo productivo, basado en poca industria, que a su vez está poco tecnificada, y en un volumen elevado de servicios de poco valor añadido, como el turismo. Si queremos aumentar nuestra productividad, no hay otra salida que cambiar el modelo productivo español hacia un tejido con empresas de mayor tamaño, con más contenido tecnológico en la industria, y con servicios de más valor añadido. ¿Por qué no se ha hecho hasta ahora?
Un cambio de un modelo productivo requiere tiempo. Y, por lo tanto, solo puede ser llevado a cabo con una visión de estado a largo plazo, para que las líneas maestras del plan sigan adelante, aunque haya cambios de gobierno. Sin una voluntad de que los cambios progresen, aunque cambie el partido en el gobierno, los planes no sirven de nada. Por lo que en España los políticos han optado por no planificar a largo plazo.
¿Qué es preciso cambiar? Tal vez el tema más básico es el de la formación. Después de una clara mejora durante la pandemia, la tasa de abandono escolar prematura ha vuelto a repuntar en 2022 hasta el 13,9%. En la UE, solo Rumania tiene una tasa de abandono escolar superior a la española. ¿Cómo se puede competir en la economía del conocimiento, con empresas industriales y de servicios que requieren personal muy bien formado, con semejante porcentaje de personas que al terminar la ESO con 16 años deciden no estudiar nada más?
Pero a partir de ahí, ¿cómo vamos a conseguir que el número de empresas medianas y grandes, industriales o de servicios de alto valor añadido, vaya aumentando? No va a ocurrir espontáneamente. En todos los países que se mantienen en niveles de prosperidad elevados (sin depender de la explotación de recursos naturales) el estado ha practicado políticas industriales muy concretas que explican su éxito. El liderazgo de Corea en tecnologías de la información, o el de Alemania en el sector del transporte, nunca se hubiesen alcanzado sin una decidida política industrial por parte de sus gobiernos. Y en cualquier caso no se trata de destruir empleos del sector turístico, sino de crear empleos en otros sectores de más valor añadido.
Para la creación de empleo en sectores de alto valor añadido, la palabra clave es la innovación. Y esa es otra asignatura pendiente en nuestro país. La agencia WIPO de las Naciones Unidas acaba de publicar el Global Innovation Index (GII) 2022. En este estudio se analizan 130 países mediante 80 indicadores. El resultado es una lista anual que clasifica a los países del mundo conforme a su capacidad y éxito en la innovación. España está en el lugar 29, ha mejorado una posición respecto el 2021, pero sigue muy lejos de los 10 países más innovadores del mundo. Los indicadores permiten hacer una radiografía de las principales debilidades españolas: el bajo (nulo) crecimiento en productividad, la baja formación bruta de capital fijo como % del PIB, el bajo gasto en educación como % del PIB, y la escasa colaboración Universidad/Empresa son algunos de los indicadores que explican el mal posicionamiento de España en el GII. Y sin una apuesta clara por la I+D y la innovación es imposible competir en la economía del conocimiento.
Como decía Roosevelt, en momentos decisivos idealmente se debe elegir la mejor alternativa. A lo mejor nos equivocamos, y elegimos una opción equivocada. Pero lo peor es no tomar ninguna decisión, esperando que las cosas mejoren espontáneamente. Llevamos así 15 años y no mejoran.
Grupo de Reflexión de AMETIC